1 de enero de 2011

Un poema de Luis Antonio de Villena, para terminar y empezar el año




CONTEMPTUS MUNDI

Es la más tonta noche de las vanidades.
Pero ninguno supimos resistirnos, y montamos
la pretendida juerga, a mayor gloria del año incipiente.
Mas al final (después del champán y la droga
y la santa lujuria) al volver a casa, amaneciendo,
en el vagón de un Metro lleno de turbios jóvenes,
de bruces me di contigo, Desprecio del Mundo,
viejo señor medieval, ilustrísimo tópico de la literatura,
que te reías de mí por haber intentado
(y a ratos conseguido) ser más feliz
de esa manera recalcitrante y orgiástica
que en ti no piensa o te sueña en el limbo...
Y sin embargo, al verte ahí de frente,
con tu abrigo de piel, los guantes puestos,
y un delgado bastón entre rústico y fino
(apoyado al otro extremo del vagón, sonriendo)
pensé que tenías razón —muchas veces lo he dicho—
y que debía disponerme a estar a bien contigo.
Tomás de Kempis, me parece muy duro.
Mas puedo acordarme de Don Juan de Arguijo
que fue rico y famoso y perdió la fortuna,
y escribió en soneto de admirable buril:
¿Quién las mudanzas de la suerte ignora?
Si la droga te atonta y los chicos se marchan
(cambian mucho), si el alcohol es garrafa,
y lo que dura de una noche insigne
es vacío y tristeza, impotencia y resaca;
si de todo cuanto haces y pretendes,
si del amor y la amistad que amas,
sólo va a quedar polvo en la cara de un viejo
¿a qué seguir bregando?, me contestas.
El bien que no perdura importa poco,
y es estúpido asimismo temer un mal que acaba.
Llévame contigo, Desprecio del Mundo,
grité cuando el convoy entraba en mi parada.
Al restringido claustro, a la pequeña casa
en la alta montaña, al cuarto erudito,
donde nada importa la infame gritería
o el voraz batallar del carnaval del siglo...
Libre de la Fortuna y de su rueda,
poseyendo lo mínimo y no queriendo nada,
me pasearé contigo por silvanos paisajes,
intentando creer (aunque sea difícil)
en un allá remoto de encendida justicia.
Entraba ya en mi casa, apuntando un sol frío,
tan a buenas contigo, adusto gentilhombre postrimero,
que hasta creí dichosa mi noche malgastada.
Pero al meterme en cama, dispuesto ya a dormir,
pensé en ese cuerpo (vicioso, me dijeron) que entreví
en la fiesta, y pensé en el amor que todavía espero,
y sentí que era hermosa la juventud que acaba,
y digno de vivirse el frenesí del vino,
y maravilloso rodar por la pendiente, si has ardido
entre copas y pasiones, y el júbilo te ha roto
con su cristal brillante. Deseé un nuevo día,
oh Desprecio del Mundo, y otra fiesta otra noche,
y mil jóvenes dispuestos a hacerme compañía,
y un poco más de euforia, aunque fuese comprada,
por ascender a la excelsa región de la alegría.
Adiós, mi medieval amigo. Yo sé que eres verdad,
y sé que tú serás mi última guarida.
Pero ahora, hasta me gusta más la Nochevieja,
y me siento dispuesto a seguir siendo malo
y loco e insensato muchas veces y horas,
para morir derrotado por la roja pasión,
hundiéndome en la vida (que te engaña)
y gozando hasta el fin con su beso baldío.
Sólo lo que has gastado (enseña el proverbio chino)
es tuyo por completo. Como la rosa, la juventud,
el placer, la ilusión, el amor quimerista,
que se escapan y huyen, dejándote un vacío
(que antes fue plenitud) y este aroma liviano y sostenido.

[Del libro Como a lugar extraño (1985-1989), Visor, 1990. Recogido posteriormente en La belleza impura. Poesía 1970-1989, Visor, 1996.]