19 de mayo de 2011

Los miserables - Juan Ramón Barat


Miembros de la Unidad Militar de Emergencias (UME) destinados en Lorca. Foto: © Juan Carlos Cárdenas/EFE

[Katy Parra Carrillo nos pide ayuda para darle la máxima difusión a este artículo de Juan Ramón Barat, escritor valenciano afincado en Lorca. Aquí va.]

Van vestidos con chalecos y cascos reflectantes y llevan una bolsa con botes de pintura o sprays. Forman grupos de cuatro o cinco individuos. La gente de Lorca los ve recorrer las calles, sorteando escombros, pisoteando cascotes, vadeando cintas y vallas que prohíben el paso.
Lorca, asolada por varios terremotos, parece una ciudad bombardeada y estos hombres del chaleco van catalogando los diversos grados de la catástrofe. Como si marcaran en un estadillo el número de ilesos, heridos, muertos y desaparecidos en una guerra macabra —valga la redundancia. Lo indican con colores: verde, amarillo y rojo. Los del ejército (Unidad Militar de Emergencia) son unos verdaderos ángeles caídos del cielo, aunque no lleven alas y vistan de negro, porque se están dejando la piel en la tarea, arriesgando su vida al entrar en las casas que pueden venirse abajo de un momento a otro. Cuando se topan con el infierno de lo irremediable, le ponen un matiz fúnebre al asunto del cromatismo: pintan directamente con un círculo negro, que significa más o menos lo que el mismo color sugiere: pozo negro o cataclismo integral o muerte súbita.
Los hombres del chaleco reflectante o los del UME, decíamos, recorren la ciudad con los botes de pintura y marcan una cruz o un círculo en las fachadas o junto a las puertas de los edificios y las casas. La gente los rodea, los sigue, acecha sus movimientos, habla con ellos con el corazón encogido, el alma en vilo, los ojos al borde de las lágrimas, porque del color de la cruz o del círculo depende el nivel de la desgracia. Se puede entrar en la casa sin problemas, aunque haya desperfectos (verde); se recomienda no entrar o entrar con mucho cuidado, pero salir enseguida (amarillo); no se puede entrar porque las estructuras del edificio han sido gravemente dañadas y hay peligro de derrumbe (rojo); se prohíbe el paso, este edificio va a ser demolido en breve (negro).
Lo curioso del caso es que muchísimos de los edificios coloreados de rojo o negro son de reciente construcción. Como suena. Estamos hablando de uno, dos, tres, cuatro o cinco años de antigüedad. Algunos, incluso, aún no han comenzado a ser habitados.
El terremoto de 5,1 grados habido en Lorca a las 18:50 h. el pasado miércoles, día 11 de mayo, ha dejado al descubierto las miserias no sólo de los edificios sino de los arquitectos, ingenieros, constructores, maestros albañiles, contratistas, promotores y otros personajes del mundo del ladrillo, que nos han dado gato por liebre. No sé si el lector me estará entendiendo. En vez de poner 1.000 kilos de hierro para sujetar la estructura estos miserables han empleado 500 kilos. En vez de colocar hormigón o cemento armado, han usado arena tonta. Y así sucesivamente. Pero no contentos con esa estafa, se dedicaban a vender esos pisos treinta veces más caros de lo que a ellos les costaba. Dicho de otro modo, un piso podía costarle al constructor entre 50 ó 70.000 euros aproximadamente. Pues bien, los vendían por 240, 250, 260 ó 270.000 euros, céntimo arriba, céntimo abajo, según cómo y dónde, en las fechas en que fueron puestos a la venta. Es decir, en los años de las vacas gordas, previos a la gran crisis actual. Que el lector saque sus conclusiones. Estos indeseables que se han dedicado a llenarse el bolsillo robando e inflando el mercado inmobiliario, conchabados con los banqueros y otros alienígenas corruptos de los que hablaremos otro día, son los responsables de la burbuja especulativa y de la bancarrota económica y moral en la que estamos sumidos. Pero no sólo eso. Como digo, el terremoto ha puesto al descubierto las miserias de los edificios de paja que estaban construyendo. Por si el lector no lo sabe, un edificio debe ser capaz de soportar el achuchón de un terremoto de unos 7 grados en la escala Richter. Y estos no han aguantado ni uno de 5,1.
¿Quiénes son estos constructores, promotores, ingenieros o arquitectos? Lorca no es tan grande. Pueden contarse con los dedos de las dos manos. Todo el mundo los conoce. De hecho, algunos cometieron la osadía de colocar una placa con su nombre junto a la puerta del edificio donde ahora los hombres del chaleco reflectante y los del UME han dibujado un círculo rojo o negro.
Estoy convencido de que si el célebre Víctor Hugo, uno de los más grandes escritores de todos los tiempos, saliera de su tumba, no dudaría en utilizar todo este material (de derribo y humano al mismo tiempo) para acometer la segunda parte de su famosa obra Los miserables.
Espero que esto no se quede en agua de borrajas, que es lo que suele suceder siempre en este país. Tal vez no sea una mala idea que los propios afectados, esos hombres y mujeres que han visto desmoronarse brutalmente su casita de papel —perdón por la metáfora—, acudan a los tribunales y presenten las demandas pertinentes para que se depuren responsabilidades civiles y penales. En algún lugar tiene que haber un juez dispuesto a hacer justicia —lamentablemente la frase no es un pleonasmo. Estos miserables deben ser juzgados, y no sólo por lo sucedido sino también por todo lo que podía haber ocurrido. Porque si el terremoto hubiera dado un arreón un poquito más fuerte, sin necesidad de llegar a la magnitud de los 7 grados, Lorca no sería hoy una triste ciudad en ruinas. Sería un inmenso cementerio en ruinas.

Juan Ramón Barat
Escritor independiente


11 de mayo de 2011

Cernuda: Aplauso humano






APLAUSO HUMANO

Ahora todas aquellas criaturas grises
cuya sed parca de amor nocturnamente satisface
el aguachirle conyugal, al escuchar tus versos,
por la verdad que exponen podrán escarnecerte.

Cuánto pedante en moda y periodista en venta
humana flor perfecta se estimarán entonces
frente a ti, así como el patán rudimentario
hasta la náusea hozando la escoria del deseo.

La consideración mundana tú nunca la buscaste,
aún menos cuando fuera su precio una mentira,
como bufón sombrío traicionando tu alma
a cambio de un cumplido con oficial benevolencia.

Por ello en vida y muerte pagarás largamente
la ocasión de ser fiel contigo y unos pocos,
aunque jamás sepan los otros que desvío
siempre es razón mejor ante la grey.

Pero a veces aún dudas si la verdad del alma
no debiera guardarla el alma a solas,
contemplarla en silencio, y así nutrir la vida
con un tesoro intacto que no profana el mundo.

Mas tus labios hablaron, y su verdad fue al aire.
Sigue con la frente tranquila entre los hombres,
y si un sarcasmo escuchas, súbito como piedra,
formas amargas del elogio ahí descifre tu orgullo

(de Como quien espera el alba, 1947)

7 de mayo de 2011

Juan Carlos Palma (10 menos 30, II)





Decía en una entrada anterior que la reseña allí mencionada no fue «desde luego, la única "alegría" que me deparó (tiempo habrá de comentar algunas otras), pero sí una de las más "sonadas"...» refiriéndome a «las publicadas en su momento sobre 10 menos 30, la antología de L.A. de Villena en la que fui (ya no sé si decir que por suerte o por desgracia) uno de los seleccionados.» Me encuentro ahora una carpeta con muchas fotocopias, parte (supongo) del dossier de prensa reunido por la editorial —que probablemente nos las hizo llegar— y entre ellas una firmada por un tal J. Carlos Palma que no lleva indicación del medio ni la fecha en que apareció.
A diferencia de esa de Tortajada, o la de García Martín (a la que Palma hace referencia, y que sigue pendiente en esta serie) debo confesar que ésta no la recordaba, y la verdad es que me resulta bastante extraño, por cuanto se trata de uno de los mejores ejemplos de crítica de poesía que recuerdo, escrita con tanta madurez como conocimiento de causa, con tanta ponderación como ausencia de animadversión hacia el antólogo, con tanta independencia y solidez de criterio como falta de interés personal en la materia tratada (asunto que lastra gravemente, como saben, muchas piezas del género)...



 
A falta de mayor indicación sobre el autor, deberemos suponer que se trata (si no es así seguro que alguien nos lo hará saber) de éste Juan Carlos Palma, que se define a sí mismo con estas palabras en su blog (Soltando lastre, iniciado en marzo de 2009): "Cercano a la cuarentena, pero de espíritu joven, me licencié en periodismo para ejercer el tiempo suficiente para no querer hacerlo más (en condiciones precarias, claro)"; que dice trabajar desde hace ocho años "rodeado de mi verdadera pasión, los libros. Los vendo, los recomiendo y los ordeno. El tiempo libre me ha permitido escribir y publicar dos novelas, un libro sobre cine, algunos poemas y otros artilugios más o menos narrativos que quizá algún día vean la luz"; y que pone al frente de su bitácora —tal vez a modo de divisa— esta noble declaración de intenciones:

"Nada de sentar cátedra ni de abrir nuevos caminos, sólo emitir juicios valorativos sobre lecturas, películas, viajes o acontecimientos de la actualidad, soltar el lastre que toda persona lleva en su cabeza para evitar futuros naufragios y hacer la travesía más liviana."

No podía ser menos en alguien que ya por entonces —1997, con apenas 25 años— demostraba un conocimiento tan profundo de la obra de los autores de aquella antología (incluso de los que a la sazón sólo habían publicado un par de libros en editoriales ajenas a los circuitos comerciales) como para poder calificar de "execrable" no ya el poema del que cita más adelante unos versos
(*), o el conjunto de la obra de su autor, sino ambas cosas en una:

"escondido tras la personalidad del "inexistente" y execrable (este adjetivo es mío) poeta cacereño Angel Paniagua"

remarcando además (por si no había quedado claro) que —a diferencia del de "inexistente" (que es de García Martín)— el de "execrable" es por completo suyo. Todo un ejemplo, como apunté arriba, de mesura y ecuanimidad.


[Aunque puede leerse bastante bien en la fotografía (haciendo clic sobre ella se despliega, y puede ampliarse más haciendo clic nuevamente) transcribo a continuación el texto completo de la reseña. Aclaro de antemano que el Vicente García a cuyo "alcance metafísico" alude Palma no forma parte de 10 menos 30: es de suponer que el eminente crítico confunde en uno solo los nombres del andaluz Álvaro García (Málaga, 1965, que sí está en la antología) y del asturiano Vicente García (Gijón, 1972), que había aparecido (o estaba a punto) junto a otros cinco en un reportaje sobre poetas "ultimísimos" (y ausentes de 10 menos 30, esto no se dice expresamente pero se hace notar con claridad) publicado en El País de las Tentaciones el 11 de abril de 1997**.

TEXTO DE LA RESEÑA:
La ruptura inexistente. J. Carlos Palma.
Cuando al ir pasando poemas, uno percibe que la tesis planteada no se sostiene en pie, es el momento de pedirle cuentas al autor, un Villena que llegó una noche a su casa desfondado de venecianismo y se levantó con un gin-tonic en la mano versificando como quien habla con el vecino. Los ha habido muy meticulosos —dicen que algunos de los poetas selcccionados superan los 30 años— y otros sangrantes —como el atacado (en el prólogo) antólogo García Martín, que se venga urdiendo que Villena se ha escondido tras la personalidad del "inexistente" y execrable (este adjetivo es mío) poeta cacereño Angel Paniagua—. Uno, por esa tenaz manía de ensamblar objetivos con resultados, prefiere husmear en los cimientos de la antología y comprobar si el edificio levantado responde a una argumentación aparentemente sólida o amenaza con derrumbarse al más patético seísmo.
Luis Antonio de Villena (del que no se ofrece una mínima reseña curricular, como semidiós del verso que está por encima de esas bajezas) traza un ameno prólogo que se podría titular Breve historia de la poesía de la experiencia. Sus mitos ante el futuro. En él habla de la etiqueta remendada del libro de Richard Langbaum, de Gil de Biedma y otros padrinos de la tendencia, de la escuela granadina de García Montero, de sus puntales más sobresalientes y, faltaría más, de la chapucera guerrilla dialéctica que la enfrenta con el sector de la diferencia, tocados con el sombrero cordobés de su líder, Antonio Rodríguez Jiménez, y a los que Villena despacha sin paliativos: "su único nexo unitivo es el fracaso, la conciencia de su falta de éxito" (sic). Tras este preámbulo esclarecedor, el antólogo confiesa su intención: la poesía de la experiencia está "quemada" —noches de farra, coqueteos fugaces, tono conversacional repetitivo...— y es necesaria una ruptura interna, la que supuestamente practican los poetas aquí reunidos.
¿Pero es ruptura decir: "Bueno, nada, me voy, te llamo luego... / a ver si vienes algún fin de semana / a mi casa en la playa, nos tomamos / unas birras y vamos a Calblanque / a bañarnos en bolas ¿vale, tío?..." (**) o sólo una corroboración del peligro que acecha a la poesía de la experiencia, que cualquier tontería que suene coloquial pueda pasar por poema? Si esto es para Villena "mayor interiorización" o "exploración de la forma" mucho me temo que la poesía de la experiencia tiene las horas contadas. El modo de hacer de los cachorros elegidos poco tiene que ver de uno a otro, como sus respuestas a las inocentonas preguntas del antólogo y, en conjunto, su intcrés se reduce a pocos nombres: el alcance metafísico de Vicente García, la abrupta concisión de Alberto Tesán o el desparpajo irónico de Juan Bonilla.
Para perpetrar una antología poética —ese acto cada vez más parecido al terrorismo literario— es fundamental desplegar una base consistente de poetas que demuestren ser los más valiosos de su generación. Por las higiénicas, púberes y pobremente plasmadas razones de Villena (visto el resultado) se han quedado fuera nombres que ya gozan de prestigio reconocido (Benítez Ariza, Pelayo Fueyo, Silvia Ugidos...) y que exploran más caminos que los aquí representados. No nos engañemos: ¿15 menos 35? ¿20 menos 40? Quizás deberíamos hablar sólo de buena poesía y dejarnos de fórmulas matemáticas fallidas. Los lectores comprometidos con esta causa perdida lo agradecerán.]

NOTAS:

* En la segunda fotografía puede leerse el texto completo del poema al que pertenecen los versos que Palma cita descontextualizándolos sin hacer mayor aclaración, ¿quizá porque —usando sus propias palabras— como semidiós de la crítica, él está [o estaba en aquellos tiempos] por encima de esas bajezas...?

** Se trata del reportaje a doble página Atrapados por los Versos, firmado por José María Goicoechea. Los otros cinco poetas incluidos son Beatriz Hernanz (Pontevedra, 1963), Angel Antonio Herrera (Madrid, 1965), Ada Salas (Cáceres, 1965), Carlos Zanón (Barcelona 1966) y Pablo Méndez (Madrid, 1975). No aparece (o yo no lo he encontrado) en la hemeroteca del diario madrileño, por lo que no he podido poner el correspondiente enlace.


2 de mayo de 2011

La justicia del tiempo (Desechados, I)


La justicia del tiempo fue el último de los sucesivos proyectos de libro en los que entre 1991 y 2003 fui disponiendo los poemas escritos a lo largo de esos años, como explicaba en 1997 en una redacción previa (que no llegó a publicarse) de la 'Nota del autor' de Treinta poemas:

«En esos años seguía escribiendo poemas y reuniéndolos en libros, de los que más tarde, cuando dejaban de satisfacerme, fui separando los textos que parecían funcionar mejor en el siguiente; así nacieron —y murieron— sucesivamente 'Bienvenida la noche', 'Con tanta claridad', 'El legado de Hamlet', 'La vida razonable' y 'La justicia del tiempo'.»

El título era el de uno de los poemas incluidos, que más tarde fundí con otros dos o tres en una versión larga de Conozco la comedia (en 2003, para Bienvenida la noche). Es éste:

LA JUSTICIA DEL TIEMPO

Todos hemos gozado de esas noches
en que un cuerpo inmaduro
se presta dócilmente a los caprichos
de nuestra perversión.

Y después le hemos dicho puedes irte,
le hemos dado un jersey para que no
pase frío hasta casa y hemos ido
a darnos una ducha.

Sabemos, sin embargo, que esas noches
se nos devolverán: en el recelo
de otra mirada joven apartándose
resuelta de nosotros.



Como es habitual, el libro pasó por varias fases, las primeras más cercanas a la estructura y contenido del anterior La vida razonable, y las últimas anticipando bastante claramente la estructura y contenido de El legado de Hamlet publicado por la editorial Renacimiento en 2003. En ambos estadios constaba de un poema a modo de prólogo (Atardecer con Wallace Stevens) y tres secciones, 'Autorretrato en negativo', 'En la casa de ayer' y 'La vida razonable', pero más adelante la suite central de poemas de amor quedó fuera (se publicaría en 2003 como sección II de Bienvenida la noche), ocupando 'La vida razonable' su lugar y 'El legado de Hamlet' entró a formar parte del conjunto como tercera y última.

Los poemas que en uno u otro momento formaron parte de las secciones 'Autorretrato en negativo' y 'La vida razonable' fueron los siguientes*: Después del carnaval, Brideshead Revisited, Prometeo, El tema de la vida, Olor del tiempo, Una carta de amor, Poeta menor, La llave dorada, Autorretrato en negativo, Umbral de la ignorancia, El fin de los buenos tiempos, Odisea, libro XXV, Un poeta español prevé su muerte, Aquí la juventud, Rehabilitación, Dos de noviembre, Senderos del amor, Los símbolos menores, Canción de la amargura, Las monedas del tiempo, Para ti, para entonces, Las risas y las lágrimas, Realismo sucio, La justicia del tiempo, La vida razonable, Ayer, mañana, hoy mismo, Dulces pájaros de juventud y Contradanza ritual para los muy sabios desde los días de crisis de la treintena.

[*NOTA: La mayoría fueron publicados en 2003-2004 en Bienvenida la noche, El legado de Hamlet o Una canción extranjera, algunos de ellos (marcados en azul) integrados en poemas más largos y por tanto sin el título con el que aparecen aquí. El fin de los buenos tiempos está incluido en Treinta poemas, y los marcados en rojo siguen inéditos.]