Querido amigo:
Este segundo libro suyo es mejor edición que el primero y los poemas más personales y conseguidos. Pero tenga cuidado: no es bueno publicar mucho para un escritor de su edad, y dos libros en un año es un peligro. ¿No habría sido mejor hacer uno con lo mejor de los dos? Yo creo que sí. Un primer libro es la carta de presentación más difícil, y Vd. se ha presentado dos veces seguidas. Pero ya está hecho y Vd. sabrá retomar el pulso y la mesura.
Cuente con mi simpatía y mis mejores deseos para sus escritos.
Un abrazo afectuoso,
[Firma remitente]
________________
[[Ciudad], 8-III-91]
Paniagua querido:
Bien sabes lo que se agradece en el exilio... (¡Bueno, no lo sabes, porque nunca has estado en Ponto alguno!) En cualquier caso, supones que se agradece, ¡y mucho!, recibir noticias de quienes te quieren —o juegan a quererte, que en la distancia es igual para el recipendiario— y más aún si te envían regalos. He leído el tuyo, y me ha gustado más por ser regalo y venir de ti.
Supongo que se impone la breve crónica sobre mis primeras semanas de estancia en [Ciudad], pero no tengo ganas de contarte el lío que representa asentar los reales en nuevos territorios. ¡Ya será en ocasión de nuestra estancia en Flandes, cuando nos reclame de nuevo el emperador Carlos! Entonces comprenderás mejor, o estarás en mejores circunstancias para comprender lo que es una conquista de territorio. (Aunque, ahora que lo pienso, tú eres un innato estratega).
Tanteos y zancadillas disimuladas, afabilidades dudosas, caras largas... ¡de todo ha habido! Decir que todo está superado sería más bien propio de un optimista paniagua que de un [adjetivo] pesimista. Pero algo se va avanzando.
El mar sigue siendo lugar de referencia y siempre vuelvo a él. ¿Te comenté lo de las [estrofa] que me había dado por hacer cada vez que lo miraba?
Ya son un sinfín. Te voy a transcribir la primera (por su solera y su carácter de novedad). Sé que estos disparates para-poéticos te encantan, y más si vienen de tu [adjetivo].
(Mejor doy la vuelta al folio; así queda completita en la otra cara, ¿no?).
Bien sabes lo que se agradece en el exilio... (¡Bueno, no lo sabes, porque nunca has estado en Ponto alguno!) En cualquier caso, supones que se agradece, ¡y mucho!, recibir noticias de quienes te quieren —o juegan a quererte, que en la distancia es igual para el recipendiario— y más aún si te envían regalos. He leído el tuyo, y me ha gustado más por ser regalo y venir de ti.
Supongo que se impone la breve crónica sobre mis primeras semanas de estancia en [Ciudad], pero no tengo ganas de contarte el lío que representa asentar los reales en nuevos territorios. ¡Ya será en ocasión de nuestra estancia en Flandes, cuando nos reclame de nuevo el emperador Carlos! Entonces comprenderás mejor, o estarás en mejores circunstancias para comprender lo que es una conquista de territorio. (Aunque, ahora que lo pienso, tú eres un innato estratega).
Tanteos y zancadillas disimuladas, afabilidades dudosas, caras largas... ¡de todo ha habido! Decir que todo está superado sería más bien propio de un optimista paniagua que de un [adjetivo] pesimista. Pero algo se va avanzando.
El mar sigue siendo lugar de referencia y siempre vuelvo a él. ¿Te comenté lo de las [estrofa] que me había dado por hacer cada vez que lo miraba?
Ya son un sinfín. Te voy a transcribir la primera (por su solera y su carácter de novedad). Sé que estos disparates para-poéticos te encantan, y más si vienen de tu [adjetivo].
(Mejor doy la vuelta al folio; así queda completita en la otra cara, ¿no?).
[Transcripción de la [estrofa] y explicación de
un detalle de la misma en forma de nota al pie]
Y después de haberte hecho reír un poco, con el título barroco y la nota erudita, te mando, en una calurosa despedida, cien mil abrazos (para que puedas desprenderte de alguno, si te pregunta alguien por mí. Claro, para [Nombre], tres o cuatro por lo menos) y el deseo de que podamos hablar pronto,
[Firma remitente]
[Como se desprende fácilmente de su lectura, ambas cartas me fueron remitidas como respuesta al envío de mi segundo libro de poemas, Si la ilusión persiste, cuya portada (con El angel caído, de Roberto González Fernández) encabeza esta entrada. En su página de créditos figura el 15 de diciembre de 1990 como fecha de esa primera edición, aunque probablemente sólo por motivos administrativos: se suponía que el libro había sido escrito a lo largo de 1989 con una beca de creación literaria de la Consejería de Cultura, que estipulaba la entrega en el plazo de un año del correspondiente original conforme al proyecto que presenté al solicitarla (nadie verificó tal extremo, que yo recuerde) y su publicación con cargo al presupuesto del siguiente ejercicio, o sea, 1990. Pero lo más probable es que las cajas con los primeros ejemplares no salieran de la imprenta hasta los días iniciales de enero de 1991, cuando me llamaron para que pasara a recoger los que me correspondían como autor.]