La mañana del domingo 20 de febrero de 2011, recién levantado y con el desayuno aún en el esófago, entré en el blog y me puse a mirar mis listas de ídem, en las que —como en muchos de los que sigo más o menos habitualmente— va colocándose siempre en el primer lugar el más recientemente actualizado. Y entre los primeros de la lista esa mañana estaba Un cántico cuántico, el de Andrés García Cerdán con esta entrada de algunos días antes.
Como suele pasarme con casi todos los suyos, leí el poema varias veces tan ensimismado como sorprendido y de repente, no recuerdo por qué o cómo (pues escribo todo directamente en el ordenador, pero casi nunca poemas) me vi abriendo una 'hoja' del 'bloc de notas' de Windows y empezando a pergeñar una copia inversa del poema, con las mismas o parecidas palabras y frases y similar movimiento conceptual, pero al contrario: en resumidas cuentas, un negativo (salvando las distancias) de la fotografía de ese instante de Andrés. Supongo que tendría mal cuerpo esa mañana, o que en ese momento me tocó mucho las pelotas, qué quieren que les diga...
Pero, bien fuera porque los asuntos banales y 'alimenticios' empezaban a llamar a la pantalla, bien porque la simple naturalidad del límpido y hermoso final del poema de Andrés no acababa de funcionar, o no me acababa de parecer tan contundente en mi versión opuesta (o ambas cosas a la vez), me atasqué en los últimos versos y el borrador se quedó ahí...
Pero, bien fuera porque los asuntos banales y 'alimenticios' empezaban a llamar a la pantalla, bien porque la simple naturalidad del límpido y hermoso final del poema de Andrés no acababa de funcionar, o no me acababa de parecer tan contundente en mi versión opuesta (o ambas cosas a la vez), me atasqué en los últimos versos y el borrador se quedó ahí...
Al final de ese mismo 2011 (el 12 de diciembre), en medio de una de nuestras enjundiosas y animadas conversaciones internáuticas, le escribía lo siguiente a mi extraño y buen amigo Cortadete:
«No sé si te refieres a los poemas de Andrés, si es así ahora no los tengo delante, pero uno (el titulado Verde) me gustó cuando se lo vi en su blog y de hecho tengo casi terminado un negativo del mismo, que igual me animo a mandarte para que me digas algo tú que conservas el buen gusto...»
Los poemas de Andrés de los que hablábamos son los que aparecen (Verde entre ellos) en su entrada de Las afinidades electivas, publicada el día anterior, y mi negativo seguía por entonces en el mismo estado que lo dejé aquella mañana de San Valentín. No ha sido hasta meses después (finales de septiembre-principios de octubre de este año) cuando la casualidad ha querido que encontrara ese final que andaba buscando mientras releía La Celestina y me adentraba por primera vez en una de sus mejores y más famosas continuaciones, la Tragicomedia de Lisandro y Roselia de Sancho de Muñón.
Para pocos días después (el 8 de octubre) estaba prevista la lectura del propio Andrés en el ciclo Los Lunes literarios del café Zalacaín de Murcia, en la que él nos había pedido que compartiéramos escenario a algunos de sus amigos. La ocasión, pues, la pintaban calva para ofrecérselo allí como regalo y —pese a alguna inseguridad de última hora por mi parte— finalmente así lo hice. He aquí el poema:
NEGATIVO DE VERDE DE
ANDRÉS GARCÍA CERDÁN
ANDRÉS GARCÍA CERDÁN
Las cosas no van bien últimamente.
A cierta edad, la casa de los padres
es una casa ajena y tu desorden
no cabe allí. Pesadamente late
el corazón. No duermes bien, tus sueños
ya no tienen el ágil desenlace
que quisieras. Hay muchos libros nuevos
que no puedes comprar y que te hagan
aprender, descubrir. No te dedican
canciones en los bares ni te buscan
para sitios de culto. No disfrutas
de tu tiempo, no vas a recitales
con amigos —cansados de llevarte
y tener que pagar también las copas.
Desayunas imágenes de muertes
en El Cairo o Damasco. Las palabras
no se presentan sin avisar ni dicen
esas cosas hermosas de la vida
—ni las musas acuden ya a salvarte
de la desdicha y de la soledad.
La gente no te quiere. También tú
te alejas de los otros como nunca.
No hay nadie que te ame y te haga ir
a esa orilla del mar como una ola
de alegría. Te ven llegar las calles
y van en pos de ti diciendo puto,
hechicero, viejo, falso, malhechor
y otros muchos ignominiosos nombres...
A cierta edad, la casa de los padres
es una casa ajena y tu desorden
no cabe allí. Pesadamente late
el corazón. No duermes bien, tus sueños
ya no tienen el ágil desenlace
que quisieras. Hay muchos libros nuevos
que no puedes comprar y que te hagan
aprender, descubrir. No te dedican
canciones en los bares ni te buscan
para sitios de culto. No disfrutas
de tu tiempo, no vas a recitales
con amigos —cansados de llevarte
y tener que pagar también las copas.
Desayunas imágenes de muertes
en El Cairo o Damasco. Las palabras
no se presentan sin avisar ni dicen
esas cosas hermosas de la vida
—ni las musas acuden ya a salvarte
de la desdicha y de la soledad.
La gente no te quiere. También tú
te alejas de los otros como nunca.
No hay nadie que te ame y te haga ir
a esa orilla del mar como una ola
de alegría. Te ven llegar las calles
y van en pos de ti diciendo puto,
hechicero, viejo, falso, malhechor
y otros muchos ignominiosos nombres...