11 de octubre de 2010

Ha muerto «La Stupenda»





Su Norma junto a Caballé y Pavarotti fue mi primera Norma. Su Turandot (también con el de Módena y la catalana) mi primera Turandot. Sus Contes d'Hoffmann junto a Domingo y Bacquier mis primeros Contes d'Hoffmann y los que más he oído y sigo oyendo, pese a las muchas (magníficas y musicológicamente más ajustadas o completas) grabaciones que se hicieron y compré después. Sus Puritani de 1963 con Pierre Duval no fueron los primeros, pero siguen estando entre las tres grabaciones de esa ópera que más oigo (por detras de la de Sills y por delante de la de Gruberova).



Dos recopilaciones de arias cantadas por ella (una de las cuales escucho por enésima vez mientras escribo estas líneas) fueron mis primeros recitales en cd, allá por los finales de los ochenta y primeros noventa: no recuerdo la cantidad de veces que tuve que hacer copias para amigos y/o amantes de estos dos discos, pero fueron muchas (la gente se quedaba literalmente enganchada, profanos incluidos). En el primero de ellos comienza con el aria Let the bright seraphim del Samson de Haendel y sigue con este Il bacio de Luigi Arditi:



Recuerdo todavía como si fuera ayer mismo cómo mi profesora de canto nos explicaba el handicap que debió de haber supuesto para la soprano australiana la peculiar fisonomía de su rostro (su prognatismo) y cómo había sabido superar las enormes dificultades que eso entraña a la hora de colocar la voz en la máscara, a expensas quizá de "ahuecar" y tornar ciertamente extraña su pronunciación, característica que muchos de sus detractores (que los ha tenido, ¡insensatos!) han utilizado a lo largo de los años como demérito de sus prestaciones interpretativas. Por lo demás, cualquiera que la haya conocido (era frecuente verla pasear por las Ramblas cada año en los días del Viñas, de cuyo jurado formó parte en muchas ocasiones) o visto alguna de sus entrevistas sabrá que era una mujer encantadora y dulce, con un extraordinario sentido del humor y una risa contagiosa.

Estas últimas semanas he estado viendo varias veces la notable produccion de Anna Bolena que la Canadian Opera Company ofreció en Toronto a finales de mayo de 1984, cuyo reparto encabezó ella (algo mayor ya para el papel, pero mejor de voz que en la grabación de estudio de 1987, y dueña como siempre del estilo y de todos sus recursos técnicos) junto al sorprendente Henry VIII de un joven James Morris, la Seymour de Judith Forst, y el Percy de Michael Myers (supongo que sólo razones puramente comerciales —en razón de su brillante carrera posterior— justifican que la portada del DVD destaque junto a los nombres de estos dos últimos cantantes el de un entonces desconocido Ben Heppner, en el breve papel comprimario de Harvey).



Poco podía imaginar que hoy me encontraría con la noticia de que falleció la madrugada de ayer domingo a los 83 años, tras una larga enfermedad, en Les Avents (Suiza) donde residía junto a su marido y mentor, el director de orquesta Richard Bonynge. Sobra repetirlo, pero su arte es de veras adictivo. Para quienes tengan curiosidad o simplemente crean que exagero, YouTube les ofrece la posibilidad de hacer un repaso de su carrera tan somero o detenido como gusten, pinchen cualquiera de los enlaces que he puesto aquí y déjense llevar de un vídeo a otro, no les defraudará.


6 comentarios:

Eastriver dijo...

¿Y qué me dirás de su Lucía? En la escena de la locura, tras bordarla, se tiraba al suelo muerta (yo creo que literalmente por el esfuerzo) como quien se tira a dormir un rato. Verlo en directo debía ser alucinante. Grande la stupenda. Seguramente sus pianisimos no son los de Montse pero su energía y talento maravillaron a muchos. ¿Quién sería su sucesora?

Anónimo dijo...

Ciertamente muy pocas voces pueden competir con los pianísimos de "la Superba" (quizás sólo la Milanov -otra grande- en sus mejores años)... Pero es tontería comparar o sentirse uno obligado a decantarse por una u otra cuando hubo (y hay) tantas, y tan maravillosas, cada una con sus medios y su repertorio. Sutherland supo, eso sí, reservar para el disco o los recitales papeles pesados que podrían haberle impedido seguir con el repertorio belcantista (un poco como Kraus) durante tanto tiempo... Y, por supuesto, todas sus grabaciones con el jovencísimo Pavarotti son auténticas joyas que no faltan en los estantes de cualquier aficionado que se precie.

Eastriver dijo...

Tuvo buen consejero, como insinúas en tu entrada. Saludos.

Isabel Martínez Barquero dijo...

Lo que aprendo de vosotros. Me dejáis apabullada con vuestra cultura operística. Algo retendré, algo.
Un besico, Ángel.

Juan de Dios García dijo...

Igualmente opino, Isabel.

Thornton dijo...

Ángel yo también he disfrutado de primeras versiones de la Stupenda y de alguna que otra anécdota que hemos compartido.
Me gustan tus entradas de ópera, bueno, me gusta todo lo que escribes, ya lo sabes.

Un abrazo.