27 de febrero de 2012

J. L. Martínez Valero sobre Treinta poemas


J.L. Martínez Valero en enero de 2009, tras su lectura en el Museo R. Gaya

Querido Ángel:

Del niño que fui en Águilas recuerdo el pantalán de la pescadería, era un lugar para mirar el fondo, allí se arrojaban los desperdicios de los pescados. Entre ellos sobresalen en mi memoria las espadas que se arrancaban a los peces espadas, parecían los restos de un combate mítico, pues el agua aun movía aquellos despojos.
En una presentación que hice de tus primeros versos, te imaginé en la noche y en uno de aquellos pantalanes, ahora cambiaría la hora, estás a mediodía, sentado con los pies al aire mirando el mismo horizonte.
Tus versos, mantienen una regularidad, un equilibrio que semeja aquellas aguas trasparentes, casi inmóviles, ocupadas en reflejar nuestro implacable sol, sin embargo cuando me acerco al poema conducen a lo profundo, no se ve, no puede ser atrapado, pero se descubre en ese vaivén que el agua mantiene más abajo.
El libro tiene esa profundidad, que me reconcilia con el hecho de estar esperando algo, que no sabemos lo que es, pero necesitamos urgentemente, no para distanciarnos de esta realidad cansina que habitamos, cubierta de páginas y números, que conducen al tedio, que no tienen sombra de duda, que nada ocultan. Tu libro me remite al misterio que somos, al ser que aspiramos, a la verdad que yace en el secreto de los días.
No hay otra forma de ser que este conjunto de fragmentos que habla de lo que hemos sido. Poemas que el tiempo salva de estos tiempos.
Que los dioses del Molinete, del teatro, del anfiteatro y de Santa María te sean propicios.

Un fuerte abrazo
José Luis

4 comentarios:

Ángel Paniagua dijo...

Querido José Luis:

San Pedro, Los Alcázares, Cartagena (la Cortina, los Nietos, la Algameca, el Portús), Águilas, Mazarrón, pantalanes y balnearios, playas y rompientes, fueron y espero que sigan siendo escenario de muchas noches (de alguna mágica, en tu querida Águilas, nació después un poema que siempre ha estado entre los que prefiero), mañanas, mediodías y tardes... Por algún lado he escrito la premura con que corría hasta el puerto desde casa cuando, aún preadolescente, volvía con mis padres y hermanos de las entonces largas vacaciones de verano en Extremadura, o las más breves de navidad o semana santa... Sentía una extraña necesidad cada una de esas veces por ir a sentarme junto al mar y quedarme allí mirándolo, embobado... Extraño, pienso ahora, para un tipo de tierra tan adusta y seca (de carácter) como la mía... El mar me atrapó pronto y su fuerza simbólica cambiante ha insuflado desde entonces buena parte de mis versos, incluso formalmente, en la ambición de conseguir aquel verso de agua que me hechizó de Juan Ramón cuando con apenas veinte años cayeron en mis manos Animal de fondo y el Diario de un poeta recién casado... A veces pienso que incluso en los poemas en que no aparece está, por detrás, vigilándome y susurrándome lo que sobra o falta...

Te agradezco profundamente tus meditadas y sabias palabras, que me acaban de sorprender tan agradablemente nada más abrir el correo esta mañana, me gustaría incluso —si no tuvieras inconveniente en ello— ponerlas en el blog como una entrada independiente con tu firma, ¿te parecería bien...? Si no lo crees oportuno, no pasa nada, yo esperaré tu respuesta y me atendré al sí o no que me digas...

Entretanto, un abrazo fuerte también para ti (y para Caty, of course) de

Ángel.

Pedro dijo...

Querido Ángel:

Me alegro de las palabras de José Luis, tan merecidas, y de las tuyas, tan evocadoras. Siempre da gusto que dos amigos se traten tan bien uno al otro.

Un abrazo

Antonio Gómez Ribelles dijo...

José Luis es cada día más sabio y más grande, y me honra su amistad y su atención constante,que nos transmite con esos juicios tan acertados y llenos de poesía.
Grandes los dos, amigos míos.

Antonio Gómez

Juan de Dios García dijo...

Gran Valero.
Sabía yo que las cuentas pendientes de Paniagua con Valero iban a ser simpáticas.
Me alegro por ello.