24 de junio de 2012

Oyarzábal, el armario y la imagen del PP


[Foto: Archivo Libertad Digital]
Acaba de aparecer en los medios de comunicación la noticia de que Iñaki Oyarzábal, 'número dos' del PP vasco y miembro de la ejecutiva nacional, ha hecho pública su homosexualidad (que como en tantos otros casos similares, no era ningún secreto, ni en su partido ni en el mundillo político vasco). Se recuerda en algunos de los medios que se hacen eco de la noticia que Gallardón ha elogiado su «autenticidad y coherencia», y se leen frases como que Oyarzábal  «nunca ha escondido que es gay e incluso ha acudido a actos de su formación acompañado por su pareja», o que «consultó hace un mes la conveniencia de dar un paso al frente a Antonio Basagoiti, que no solo le dio su beneplácito sino que le animó», etc...

Pero en todo esto hay algo que falla, o que no acaba de cuadrar del todo... Especialmente donde hablan (pero ya no Basagoiti, sino «fuentes próximas a la dirección popular») de «un partido abierto, moderno y liberal donde cabe todo el mundo» y añaden que «así ha quedado de manifiesto». Si es un partido abierto, moderno y liberal, ¿por qué siguen liderando (con Gallardón —desde el Ministerio de Justicia— y el 'ultra' Jorge Fernández —desde Interior— al frente) una 'contrarreforma' en materia de derechos y libertades individuales a los que llevan años oponiéndose, y contra los que llevan años movilizándose codo a codo con la más que retrógrada jerarquía católica de los Rouco, Martínez Camino, Reig Plá, etc, etc...? ¿Creen que nos hemos olvidado del recurso que sigue pendiente en el Constitucional? ¿Creen que nos hemos olvidado de su burda excusa [los diputados que lo presentaron ya no lo son, etc, etc] para no retirarlo...?


Desgraciadamente, y sin perjuicio de su buena fe,
Oyarzábal y sus compañeros o ex-compañeros en la cúpula del PP vasco (Alfonso Alonso, por ejemplo, exalcalde de Vitoria y hoy portavoz en el Congreso) no pueden pretender que su gesto cambie la percepción que del PP transmiten las fuerzas dominantes en su partido, con esa Cospedal penitente de negro y con mantilla en la procesión del Corpus a la cabeza. Esa es la imagen que el PP (Aznar al fondo) quiere transmitir y transmite, esa es la imagen que su dirigente máximo, Mariano Rajoy (cuya equívoca orientación sexual, pese a su tardío matrimonio y paternidad, es desde hace años objeto de burlas y comidillas) no sólo se muestra incapaz de cambiar sino que se muestra proactivamente reacio a que cambie.

Consciente de que —todavía hoy— al PP le sostienen mayoritariamente votos ultracatólicos y ultraconservadores, prefiere que se mantenga esa línea de indefinición, ese nadar entre dos aguas
las del sector tradicionalista mayoritario y las del más centrista, laico y aperturista en estas materias, porque sin los votos de cualquiera de esas dos facciones no habría sido posible la actual mayoría absoluta. Y de cara al futuro, ni Rajoy ni sus más directos colaboradores en la dirección del partido quieren ni pueden arriesgarse a sumar la pérdida de esos votos a la que ya de antemano saben que les va a suponer su política de austeridad y recortes, tras la que alienta un ambicioso programa de desbaratamiento del estado 'social y de derecho' consagrado por la Constitución, para privatizarlo y entregarlo a las manos de los mismos que ahora especulan desde sus fondos de inversión para obligar a reducirlo a la mínima expresión y quedarse con ese enorme pastel de negocio para sus farmaceúticas y aseguradoras.

Lo siento mucho, pues, por Oyarzábal, pero —visto lo visto— es obvio que no se trata más que de eso, un 'bonito' gesto de cara a la galería, que permita a algunos homosexuales incautos seguir pensando que el PP es ese 'partido abierto, moderno y liberal donde cabe todo el mundo', cuando la realidad es que el PP sigue siendo un partido de corte tradicionalista y ultraconservador en asuntos de 'moral' y con un alto porcentaje de sus dirigentes nacionales y autonómicos encuadrados en las filas del Opus Dei, los Legionarios de Cristo, la Adoración Nocturna y otras de las sectas ultrarreligiosas que se mueven a sus anchas en el catolicismo carca de los Wojtyła y Ratzinger.


A otros perros, pues, con este hueso...


22 de mayo de 2012

Un poema de 2007




OTRA VEZ EL VERANO

A Antonio Marín Albalate
Pasan los días. No sucede nada
que haga suponer que algo distinto
traerán. El pudor de las muchachas
se ha esfumado con los primeros signos
del verano incipiente y ebrias campan
de incierta como hermosa juventud.

Si te quedas mirándolas adviertes
plenitud en sus ojos y preguntas
inconcretas aún, la efervescencia
del deseo trocada en inquietud
y el agua de la vida
en la que alegremente se zambullen
con indisimulada ostentación.

Pasan los días. Las observas. Miras
con nostalgia y envidia su esplendor
inconsciente y ajeno a todo... Ellas
no te ven, aunque su mirada encuentre
un instante la tuya y te parezcan
sonreír levemente o saludarte.

No pueden verte. Tú no estás allí, 
formas parte de un mundo que no existe
para ellas aún, eres tan sólo
un elemento más en el paisaje...


[NOTA:
Debió de ser ya bien avanzado junio de 2007. Volvíamos de algún acto literario en Murcia (o íbamos, la verdad es que no lo recuerdo con exactitud) en el coche de Antonio Gómez Ribelles y entre risas y chanzas hablábamos del verano ya en ciernes, el notable calor y —cómo no— de la vuelta del pudor a los armarios y de la extraordinaria plenitud de los cuerpos de los jóvenes. En esas estaríamos cuando Antonio Marín Albalate debió de leer un primer borrador de este poema, y yo debí de decir esas palabras que en tantas ocasiones —en circunstancias similares— oyera años atrás a algún amigo mayor, y que terminaron —para mi sorpresa— formando parte integrante del poema de Antonio.
Lo que no había vuelto a recordar hasta la publicación en libro del de Antonio, es que, días u horas después de la escena que acabo de abocetar, también yo mismo escribí un poema (y no el primero mío sobre el particular, de ahí el título) sobre la juventud y el verano: durante varios meses he rebuscado infructuosamente por las carpetas, hasta el punto de llegar a plantearme si no lo habría desechado y/o roto en algún momento de escasa autocomplacencia... Finalmente resultó que no, así que aquí traigo —hoy que empieza, según todos los noticiarios, una nueva ola de calor preveraniego— esta versión B del mismo, obviamente dedicada a quien lo motivó...]

12 de mayo de 2012

Un recorte de 1992 (La Opinión, 22 de enero)


(Clic sobre la imagen para ampliarla)


En enero de 1992 el diario La Opinión de Murcia publicó una selección de poemas de Ese calmo lugar, una pequeña colección de poemas de tema amoroso con los que yo había obtenido el premio Jara Carrillo a finales del año anterior. Iban en una doble página, acompañados de la reproducción (todavía en blanco y negro, lástima) de tres de las magníficas ilustraciones realizadas expresamente por Antonio Martínez Mengual, así como por este retrato lírico de Ramón Jiménez Madrid, cuyo título jugaba con los de mis dos primeros libros y que en absoluto recordaba. Revisando y ordenando viejos recortes he reparado en él y me ha resultado tan conciso y ajustado como inesperadamente emotivo, tanto que no he sabido sustraerme a la tentación de colgarlo aquí, disculpen (parafraseando a un amigo) si parece lo que es, emanación de un ego que no creo tener bastante bien controlado...

23 de abril de 2012

Desesperanza, un poema de Natalia Carbajosa


Natalia Carbajosa en Ficciones


DESESPERANZA*

                "No podemos vivir en nuestros sueños
                                                                                      ni nos es dado amarlos…"
                                                                                                                   Ángel Paniagua

Porque sí, querido amigo, porque no hay
más opciones que fallarse
a uno mismo y a otros
y que de ellos te quede en el paladar
idéntico regusto a decepción.

Porque no, no queda sueño
que no te haya abandonado y, más aún
—ahora lo sabes—,
ya de joven sospechabas que ese era
el único argumento de la obra.

Cuánta razón tuvo
el príncipe de la melancolía
y aquel que temblaba al despertar encadenado
y cuánta razón tiene toda voz
que en sordo
diálogo de muertos
o perdida en el hondo callejón
del pensamiento
se atreve a hablarse a sí misma
sin consuelo de espejos ni esperar
hablar a Dios un día,

mientras ah, pero guarda
su mortal secreto y hace
como que está en el mundo, y conversa
y atiende a sus asuntos cotidianos
—tal como aconseja el sabio emperador—
y cada noche,
con la máscara disuelta en la penumbra,
se lava el rostro
y la abraza a ella, musa, fiel
aliada, sombra de aciago nombre.


[* Natalia Carbajosa me regaló este poema horas despues de la presentación en Café Ficciones Cartagena de mi plaquette Monólogos en el vacío, y con su autorización expresa (y mi agradecimiento) lo traigo hoy al blog.]

20 de abril de 2012

«Monólogos en el vacío», poema de Antonio Marín Albalate


Antonio Marín Albalate en Ficciones, anoche




«MONÓLOGOS EN EL VACÍO»*

Para estar en pie me levanto, solo
para eso, para  seguir constatando
el vértigo de la vida ante el abismo; o
para leer Percy Shelley en el Ariel
y llorar ante la perfección de un
«da pena esta limpieza de mi cuerpo».
Y ponerme muy serio en el verso último
—«me siento ya muy sucio, voy al baño»—
del poema Un poeta español prevé
su muerte. Porque al igual que tú, Ángel,
dejas aquí este libro, dejo yo
estos versos míos, descalzos, blancos
versos como de andar por casa, para 
—tú lo has dicho— la justicia del tiempo;
sabiendo ya Navegante de Cortés que
«el dorado equipaje de los años
empieza a deshacerse por sí solo…»;
en mi caso ya deshecho del todo,
como mi mundo de nieve y de barro
donde nunca nada ni nadie, acaso
porque igual que en tu Sueño de Empédocles
«dije tierra y el mundo se deshizo»,
dije tristeza como algo sublime,
dije lentitud de voz en la tarde,
dije ficciones —todo es mentira—,
dije yo Never more —tampoco es cierto—
con el cuervo de Poe sobre mi hombro
y dije cuanto acaso nunca dije.

Para estar en pie me he levantado yo
esta mañana de un día domingo
en las claras ojeras de mis ojos,
como jamás escribiera Vallejo;
para acordarme del barco fantasma
donde tan absurdamente payaso
en noches de borrachera navego,
a la deriva y sabiéndome ya hundido,
y sin embargo todavía clara-
mente leyendo el aserto del verso
tercero de El holandés errante
cuando escribes ciertamente diciendo:
«veo sucias de barro las baldosas»;
y mucho más adentro, con un duro
«pero siguen hablando sin mirarme»,
diciendo del grito que oyes, del balcón…
de la caída diciendo…
                                             del cadáver
que es para mí el poema cubierto
con la sábana gris de la desmemoria.

Para estar en pie sigo levantado
De noche, con Vallejo y tu palabra
para contemplar, desde lo que somos,
«la soledad, la lluvia, los caminos»
y así reconciliarme con la Nada
ante tus Monólogos en el vacío;
o para sentir, en el último instante,
la caricia de la cuerda en el cuello, o
para espantarme y continuar huyendo.

Y por la costumbre esta de estar en pie.
Acaso por eso, por pura inercia;
sin acritud lo digo, puedes creerme.
Ya sabes, amigo, nadie es perfecto. 


[* Antonio Marín Albalate leyó anoche este poema, taraceado con títulos y versos de los poemas incluidos en mi plaquette Monólogos en el vacío, como prólogo a la presentación de la misma, y con su autorización expresa (y mi agradecimiento) lo traigo al blog.]

23 de marzo de 2012

Cartas de los editores (II)




Finales de noviembre: [Autor] conoce en [ciudad] a [Editor] a través de un cierto número de conocidos comunes y ciertas casualidades que les hacen coincidir y mantener una aparentemente agradable conversación durante el desarrollo de un determinado acto cultural, pero —dado que gran parte del mismo consiste en la actuación de un conjunto de cuerda— hablan susurrándose al oído, así que apenas si podemos escuchar entre empujones, ya a la salida el final de la conversación: parece que ha girado en torno a un libro titulado La justicia del tiempo que —tras un par de años dándole vueltas— [Autor] presentó hace unos meses antes a un importante y conocido premio, y también que un miembro del jurado al que [Editor] conoce, le ha comentado a [Autor] que el libro alcanzó la [¿...?] votación durante el fallo, celebrado hace unos días... Entre eso y las buenas referencias que sobre él ha recibido de un par de amigos suyos escritores que también viven en [ciudad], parece que [Editor] le ha dicho a [Autor] que le haga llegar una copia del libro.
Finales de noviembre: [Autor] envía La justicia del tiempo a [Editor] y pocos días después recibe de él una felicitación navideña con estas líneas:

Querido [Autor]: Acabo de recibir tu La justicia del tiempo. Ten la certeza de que leeré tus versos con aplicación y cariño.

Principios de febrero: [Autor] recibe de [Editor] la siguiente carta:

[Ciudad], 7.II.97
Querido [Autor]:
Por fin encontré el momento para leer tu "La justicia del tiempo".
Comenzaría diciendo que, tras la lectura de estos poemas, lo que se concluye es que el tiempo no hace justicia, sino que actúa como el peor de los justicieros. Se nos presenta por extenso en este libro a un personaje que, al borde de la pérdida de la juventud y habiendo dedicado gran parte de ésta a la vida nocturna comienza a perder el placer que encontraba en todo eso, el cuerpo y el cerebro se resienten y los paraísos artificiales se acaban convirtiendo en un infierno. En tus poemas se intuye que hay verdad en la confesión personal y un profundo amor y confianza en el poder de la poesía como asidero frente a un mundo en descomposición. Sin embargo hay problemas que convierten este libro en un libro, a mi juicio fallido:
–Sigues un esquema acentual con predominio del endecasílabo y del alejandrino, pero se traiciona en cuanto al ritmo continuamente —por falta de pericia, no por intención— y no consigues en ningún momento dotar de cierta personalidad expresiva a estas nobles formas de la prosodia castellana.
–Se cae, por otro lado, a cada momento en el prosaísmo por un afán de explicitar las cosas sin medida, hasta el punto de que el libro queda en una confesión impudorosa de indudable interés humano, pero de escaso interés poético. Las experiencias aparecen volcadas en el poema como a granel, sin que el lenguaje, las imágenes y la sintaxis se preocupen en ningún momento de elevarlas a categoría poética.
–Sí se percibe, en cambio, un intento de trascender esas experiencias por medio de una meditación que recorre el libro y ofrece conclusiones, pero esas conclusiones son, la gran mayoría de las veces, mucho más el producto de un proceso de autoestima íntimo que el fin de una verdadera elaboración poética de la materia sensible.
En suma, si bien es cierto que demuestras lecturas, y ciertas maneras de vez en cuando, y que se intuye el libro que hubieras deseado escribir, también lo es que éste no es el que tu sensibilidad y experiencia exigían.
Siento mi diagnóstico, pero te siento amigo y a un amigo hay que serle leal y la lealtad obliga a la sinceridad.
Un fuerte abrazo,

 [Firma editor]

8 de marzo de 2012

Madre soltera (Tercer aniversario)




MADRE SOLTERA

Has dado a luz al hijo que querías
tener con él, pero su padre es otro,
y no te importa. Habría sido fácil
llevarle hasta tu cama
y arrancarle —con tu sabiduría
para el sexo y tus mañas de mujer—
esa esencia que tú necesitabas
para rehacer su imagen, confundiéndola
en una sola carne con la tuya...
Muy fácil, sí: tal vez por eso
le dejaste esa noche, de camino
a su casa, en la ciudad donde le
conociste y que él mismo te enseñó.

Esa noche, la última que os visteis
—y sabías muy bien que era la última—,
pensaste que tal vez no mereciera la pena,
que todo lo que había hecho por ti
tenía un interés oculto —ya te había
ocurrido con otros hombres antes—,
que no veía en ti más que a la esposa
que siempre quiso —guapa, inteligente y sumisa—
y no estabas dispuesta a renunciar
a ti misma para colmar tu anhelo,
el deseo que siempre, desde niña,
te había atenazado de ser madre.


Quizá por eso al niño —cuyo padre
es un rostro perdido entre tus piernas,
una noche que casi has olvidado—
le has puesto su nombre, el del que quiso
ser amante y esposo al mismo tiempo,
aquel que en su ignorancia,
pensó que caerías a sus pies y no tuvo
más premio ni castigo que este niño,
al que ha dado su nombre sin saberlo.



[Este poema, escrito hacia 1996, fue uno de los incluidos por L.A. de Villena en mi parte de la antología 10 menos 30. La ruptura interior en la poesía de la experiencia (Pre-Textos, 1997). Forma parte de Las vidas de los otros, un libro en el que ya por entonces llevaba algún tiempo trabajando y que a día de hoy sigue inédito.]

27 de febrero de 2012

J. L. Martínez Valero sobre Treinta poemas


J.L. Martínez Valero en enero de 2009, tras su lectura en el Museo R. Gaya

Querido Ángel:

Del niño que fui en Águilas recuerdo el pantalán de la pescadería, era un lugar para mirar el fondo, allí se arrojaban los desperdicios de los pescados. Entre ellos sobresalen en mi memoria las espadas que se arrancaban a los peces espadas, parecían los restos de un combate mítico, pues el agua aun movía aquellos despojos.
En una presentación que hice de tus primeros versos, te imaginé en la noche y en uno de aquellos pantalanes, ahora cambiaría la hora, estás a mediodía, sentado con los pies al aire mirando el mismo horizonte.
Tus versos, mantienen una regularidad, un equilibrio que semeja aquellas aguas trasparentes, casi inmóviles, ocupadas en reflejar nuestro implacable sol, sin embargo cuando me acerco al poema conducen a lo profundo, no se ve, no puede ser atrapado, pero se descubre en ese vaivén que el agua mantiene más abajo.
El libro tiene esa profundidad, que me reconcilia con el hecho de estar esperando algo, que no sabemos lo que es, pero necesitamos urgentemente, no para distanciarnos de esta realidad cansina que habitamos, cubierta de páginas y números, que conducen al tedio, que no tienen sombra de duda, que nada ocultan. Tu libro me remite al misterio que somos, al ser que aspiramos, a la verdad que yace en el secreto de los días.
No hay otra forma de ser que este conjunto de fragmentos que habla de lo que hemos sido. Poemas que el tiempo salva de estos tiempos.
Que los dioses del Molinete, del teatro, del anfiteatro y de Santa María te sean propicios.

Un fuerte abrazo
José Luis

26 de febrero de 2012

Treinta poemas, el librito perdido, en issuu



Treinta poemas formaba parte de un proyecto fallido, una colección de libros de pequeño formato (publicados por la editorial granadina Comares) que en su momento auspiciaron el profesor Francisco J. Flores Arroyuelo y el poeta y periodista (hoy también profesor universitario) Antonio Parra, director de Postdata; colección que iba a llevar como nombre precisamente el de la editorial granadina unido al de la revista murciana, Comares/Postdata. Pero por razones que no vienen al caso ahora sólo tres de los títulos inicialmente previstos llegaron a imprimirse, y uno de ellos fue esta pequeña antología de lo que yo había escrito hasta aquel momento, dado que tras los dos libros editados —que no escritos— en el espacio de apenas ocho meses (En las nubes del alba, 1990 y Si la ilusión persiste, 1991) sólo había publicado algunos poemas sueltos en revistas literarias de ámbito provincial y escaso eco exterior. Pero en esos cinco años había seguído escribiendo poemas y reuniéndolos en libros de los que más tarde, cuando dejaban de satisfacerme (ya fuera por convencimiento propio o por excesivo asentimiento a pareceres ajenos) iba separando los poemas que parecían funcionar mejor en el siguiente: así nacieron y murieron sucesivamente Bienvenida la noche, Con tanta claridad, El legado de Hamlet, La vida razonable y La justicia del tiempo, que dejaron en el camino un considerable número de poemas, bien porque ya no parecían tener sentido dentro del nuevo conjunto o bien porque me parecía mejor reservarlos para algún posible libro posterior.
Podría decir, sin temor a exagerar, que ese excesivo asentimiento o conformidad con las opiniones de otros fue durante años una dolorosa constante en mi evolución como escritor de poesía; como peculiar el tipo de desempeño crítico que pedía de aquellos a quienes enseñaba lo que iba escribiendo. Atendiendo a mis recuerdos y a los manuscritos anotados que conservo, podría distinguir dos tipos diferentes: de una parte, quienes tenían arraigada en su mente una determinada idea del poeta que yo era o debía ser (idea que yo sospechaba ya entonces que en absoluto se correspondía conmigo, y el paso de los años no ha hecho sino reafirmarme en esa convicción) por lo que miraban cuanto les mostraba desde el convencimiento de que distaba mucho de ese estado 'ideal', y llenaban el manuscrito de tachaduras y comentarios, muchas veces razonables y otras no tanto, incluso —en ocasiones— de inusitada dureza y displicencia, rozando lo ofensivo. Sin perjuicio de su indudable buena intención, el comportamiento de alguno llegó en algún momento a parecerse más al de un agente preocupado por los intereses de una supuesta 'carrera literaria' (que, por seductora que pudiera resultar, yo no estaba seguro de que quisiera o pudiera tener) que al de un amigo...
Los segundos, en cambio, parecían mirar desde el convencimiento de que ya era (o estaba en el camino de ser, y disponía de las herramientas necesarias para ello) el escritor que era o debía ser, ni mejor ni peor, ni necesariamente el que a ellos les gustaría. Sus análisis, por tanto, huían deliberadamente de enmiendas, tachaduras y/o cualquier tipo de anotación en los márgenes de posibilidades alternativas a este o aquel verso, limitándose a señalar con una marca apenas visible —un punto con lápiz o rotulador, junto al título o en alguna de las esquinas superiores del folio— aquellos poemas que les parecían mejores o más les habían gustado o emocionado.
Por razones de cercanía vital y afectiva, sin embargo, el peso mayor en mis decisiones lo tuvieron los primeros, y en el caso que nos ocupa ahora determinaron una serie de cambios importantes en el resultado final, desde el título —que cambió del inicialmente previsto Antología mínima al mucho más neutro de Treinta poemas— hasta el contenido mismo (1), pasando por la 'Nota del autor' que lo encabeza, cuya versión inicial —pergeñada entre julio y septiembre de 1996 y de la que se nutren estas líneas— terminé cambiando ya en las primeras galeradas por otra bien diferente —la que puede leerse ahora— redactada en lo fundamental por uno de los asesores a quienes antes me refería y mínimamente retocada después por mí, y cuya característica más llamativa es ese tono de impostada humildad —tan extraño a mi carácter— que se adivina detrás de algunas frases: «un libro de transición hacia nuevas tentativas», «dejaba ver las influencias de poetas que por entonces empezaba a descubrir», «quedaron inéditos —y debo decir que me alegro de que así fuera—», «recupero los que creo que más claramente apuntan a posibles caminos futuros», «'La justicia del tiempo' tiene un marcado carácter generacional»...
Ese tono casi inculpatorio y/o disculpatorio, como de pedir perdón por el atrevimiento de publicar aquella antología, tiene poco que ver con el meramente descriptivo del texto original, en el que tras hablar de ese modo de ir subsumiendo cada proyecto de libro en el siguiente que comenté arriba, terminaba con una breve referencia a los poemas que habían ido quedándose por el camino:

«Es de ese conjunto de poemas 'descolocados', por así decirlo, de los que principalmente se nutre esta selección, en la que también están representados los dos libros publicados a los que me referí, y en la que no cabe —por razones obvias— incluir ningún texto de un primer libro que aún no he tenido el valor de destruir [...], ni de otro posterior, del que ni siquiera he podido encontrar ninguna copia, y que no es —en mi recuerdo— más que una versión primitiva del segundo de los publicados (2). Sólo para comodidad del posible lector, y por mantener un cierto orden cronológico, he ordenado los poemas bajo los títulos de esos libros efímeros a los que originariamente pertenecieron, pero incluyendo las correcciones posteriores.»

Varios de esos poemas adscritos en la antología a los entonces aún inéditos Bienvenida la noche, El legado de Hamlet y La justicia del tiempo no llegaron a formar parte después de ningún libro o —por decirlo mejor—, los libros de los que varios de esos poemas formaban parte se publicaron años después (Bienvenida la noche y El legado de Hamlet en 2003, con alteraciones que desvirtuaban claramente los proyectos originales) o se quedaron por el camino por las razones ya comentadas y por otras tan equivocadas —creo ahora— como aquellas (estoy trabajando todo lo duro que puedo para solucionar eso)...
No quiero terminar sin hacer mención al pintor Pedro Serna, que tuvo la amabilidad de permitir la reproducción del hermoso dibujo suyo que figura como viñeta en la portada, y a Antonio Lucas, que hizo esta breve reseña


en La esfera, el entonces suplemento literario del diario El Mundo. El librito con todo no llegó a distribuirse, como ya he comentado: aparte de los de autor y de algunas decenas más que conseguí años después (gracias a los buenos oficios de Javier Marín Ceballos, todo hay que decirlo), la mayoría de los ejemplares se quedaron almacenados en sus cajas en alguna nave de algún polígono industrial granadino. Si desean leerlo, sólo tienen que hacer clic sobre la imagen de la cubierta que encabeza esta entrada.

NOTAS
(1) Antología mínima constaba de cuarenta poemas —seis de En las nubes del alba, siete de Si la ilusión persiste, once de Bienvenida la noche y dieciséis de El legado de Hamlet— incluyendo los poemas largos Reencuentro en modo menor y El legado de Hamlet, divididos en ocho y seis partes respectivamente, con lo que el total —contando esas secciones individualmente— sería de cincuenta y dos.  Al pasar a llamarse Treinta poemas quedaron fuera diecisiete de los cuarenta iniciales, y de los dos largos sólo incluí algunas partes (III y VII del primero y III, V y VI del segundo).
De esos diecisiete excluidos, seis se publicaron en 2003 formando parte de Bienvenida la noche (Amanecer de otoño, Imágenes amadas, El desnudo infeliz, Aquel sosegado lugar, Respuesta del oráculo y Certeza indeseada —integrado en Odisea, libro XXV—) y otros dos en 2004 (Un amigo del bar y Benet) integrados en el poema Officium defunctorum de Una canción extranjera.
Los otros nueve (Antes que el tiempo los cambiara, Dante anoche, Hablando del suicidio, Soneto falso, Poética para Germán, Tardío remordimiento, A un amigo distante, Brindis y Lección primera, más las secciones I, II, IV, V, VI y VIII de Reencuentro en modo menor) definitivamente no obtuvieron plaza en aquel peculiar concurso-oposición, por lo que podría decirse que siguen esperando una oportunidad de ver la luz, y desde luego estoy considerando seriamente la posibilidad de concedérsela.
(2) «otro posterior, del que ni siquiera [...]» Se trataba de Donde hubo un edificio, conjunto de cincuenta y tres poemas escritos en la primavera y el verano de 1988, parte de los cuales presenté (con ese título) a la convocatoria de ayudas a la creación literaria de la CARM de ese año, y que teóricamente (obtuve una) debería haber entregado para su publicación un año después, cosa que no llegué a hacer del todo: por razones similares a las descritas en esta entrada, sólo catorce de esos poemas estaban entre los veinticuatro que de hecho entregué y se publicaron (los diez restantes escritos —supongo, no conservo los originales— entre julio de 1988 y octubre de 1989) bajo el título de Si la ilusión persiste.

14 de febrero de 2012

Poemas que me han dedicado: Andrés García Cerdán





A lo largo del tiempo algunos (muy pocos) amigos han tenido la gentileza de dedicarme algún poema, y como ya dije creo que no es mala cosa darlos a conocer, haciendo de paso siquiera un mínimo elogio de los libros en que aparecieron. En esta ocasión traigo uno incluido en La cuarta persona del singular, tercer libro Andrés García Cerdán, con el que ganó el XVI Premio Internacional de Poesía Antonio Oliver Belmás. El poema —títulado como uno de los míos de En las nubes del alba— es éste:


ALMATOGRAFÍA

                                                           Para Ángel Paniagua.

NO utilices el nombre de Ezra Pound
en vano. No maldigas. No termines.
Aprende que tu vida es una flor.
Confórmate con todo lo que tienes.
Confórmate con lo que no has perdido.

Luego busca tu sombra de caballo
y llénala de cuerpos. Y no sueñes.
Sobre todo, no pongas en tus versos
la maldición del siglo que se acaba.
Sobre todo, no pongas la marea
ni el sucio asesinato de los nombres.
Aprende que tu vida es una flor.



27 de enero de 2012

Respuesta a Mariano Sanz Navarro




Ciertamente lo estoy (vago, de gandul) aunque sin ánimo de justificarme te diré que hay varios factores que contribuyen a que sea verdad ese enunciado. El principal es un curso de Creación y diseño Web que estoy haciendo desde finales de octubre y hasta finales de febrero y que además de las cinco horas diarias de clase (obligatoria) conlleva muchas horas en casa de ejercicios y prácticas... Por encima de eso, sin embargo, diría que más que "estar vago" es que lo soy, y si no propiamente vago o gandul (sé que muchos con quienes he trabajado o colaborado me contradirían) sí demasiado consciente de mi carácter disperso e indisciplinado como para autoimponerme la tarea de ir dando cuenta por escrito de acontecimientos [...], como decía hace algo menos de un año en esta entrada.

Por ejemplo, en la tarde-noche de ayer saltó a las agencias la desafortunada noticia de la muerte de Theo Angelopoulos, y por unos momentos pareció que se revolvía en mi cabeza un texto que de haber salido habría colocado de inmediato aquí en el blog, no puedo decir si evocación en prosa, borrador de poema o qué, me martilleaba en la cabeza un fragmento de diálogo entre dos personajes de una serie que veía hace un par de días: preguntaba uno a la otra si le gustaban los juegos en los que el jugador resulta ridículo, y ella le respondía que la vida es un juego en el que todos resultamos ridículos... Pero el texto, por unas cosas o por otras, no terminó de cuajar. Eso ha ocurrido en muchas ocasiones, y en la mayoría de ellas, a poco que me hayan asaltado con cierto empuje, esas entradas han terminado desplazando a cualquier otra cosas que estuviera haciendo o tuviera la obligación o el compromiso de hacer. Que por unos meses haya dejado de ser así no me preocupa en exceso: si tuviera contrato para publicar en un medio determinado una columna diaria, semanal o con la periodicidad que quieras, no habría tenido más remedio que tirar de ese hilo y forzar la maquinaria para escribir un texto, evocación, obituario emocionado o simple nota de la extensión comprometida, pero no es el caso, así que cuando un asunto o idea no viene con el brío necesario como para hacerme dejar lo que sea que esté haciendo, prefiero dejarlo correr...

Con todo, aprovecho el pequeño respiro de dos días que me concede la festividad católica del sumateológico Tomás de Aquino para intentar saciar tu sed siquiera con estas pocas líneas, y hasta puede que rellene alguno de los huecos a los que me refiero a continuación. La verdad es que acaricio la idea de trasladar al blog los comentarios y/o conversaciones que sobre diversos temas voy dejando aquí y allá dispersos en Facebook o Twitter y seguir añadiendo series de poemas, que por ejemplo la del "Cuaderno del 93" tiene a fecha de hoy dos entradas pendientes de rellenado, o sea, publicadas vacías, sólo con el título y una determinada fecha (aunque en esto se puede hacer trampa) por aquello de que cuando decidí que iba a poner tal poema del cuaderno en tal día concreto resultó que, o bien no encontraba la versión primera (distinta de la publicada después en libro) que quería poner; o —en el caso de la del 2 de noviembre, mi cumpleaños— había publicado el día anterior —el 1, su cumpleaños— una entrada-homenaje a Soren Peñalver con un poema suyo, y no quería añadir inmediatamente la que tengo prevista desde hace tiempo (precisamente el poema titulado Dos de noviembre), más aún teniendo en cuenta que la media de actualización del blog rondará los veinte días y que regular o previsible son conceptos que podría/debería haber añadido en la entrada antes mencionada entre las cosas que este blog no es.

Te contaría en secreto (si no fuera casi vox populi, de las muchas veces que lo he contado ya a los amigos poetas) que el mes de enero de 2010 lo dediqué casi por completo a pasar al ordenador una gran cantidad de borradores de poemas que andaban dispersos entre cuadernos y papeles de diverso tipo (desde folios sueltos a servilletas de bar, pasando por entradas de fiestas en discotecas, recetas médicas —las llamadas copias para el paciente—, etc.) correspondientes al período comprendido entre 1999 y 2009; dado que no recordaba los poemas que había ido escribiendo en esos años —algo habitual y/o sistemático en mí— y teniendo en cuenta las muchas y agradables sorpresas que me llevé, lo lógico habría sido aprovechar ese impulso para (sin perjuicio de mayores y más detalladas correcciones) dar forma a por lo menos uno de los dos libros que claramente entreveía en el conjunto e, incluso, empezar a moverlo por editoriales y/o concursos, por poca que sea la fe que a estas alturas tengo en unas y otros.

Esto es al menos lo que creo que habría hecho cualquiera en mi lugar, pero no yo: aquí cerca de mí, encima del brazo de un sillón, está la misma carpeta azul con los mismos casi doscientos folios llenos de tachaduras de bolígrafo nego, rojo o azul, testigos de las varias ocasiones en que desde entonces me he puesto a la tarea sin lograr llevarla a término... ¡Cuidado!, no quiero con esto decir que tenga prisa por publicar esos poemas/libros (y si la tuviera daría igual, porque ningún editor tiene tampoco interés por —ni me temo que dinero para— editarlos), sólo lo mencionaba como ejemplo de actitud para con algo que me resulta imprescindible (la poesía) frente a otra cosa (el blog) que me importa pero no tanto...

En fin, que por unas cosas o por otras siempre voy encontrando —como ves— excusicas para seguir cimentando una fama de procrastinador impenitente que en absoluto me favorece pero contra la que —con estos mimbres— me resulta cada vez más difícil luchar...

Ya seguimos, un abrazo.