2 de noviembre de 2010

Don Juan en el cementerio



Así gritó a la noche que no habría
sepulcro sin su sombra,
ni lápida en la cual no se pudiera
—combinando las letras de otro modo—
reconocer su nombre.

Gritó tan vivamente que los muertos
temblaron en sus tumbas,
y muchos que le habían conocido,
amado o despreciado,
sufrieron pesadillas o cayeron
de sus lechos al suelo.

Estaba allí, los brazos extendidos
hacia el cielo, borracho, desafiante,
entre aquel mar de cruces,
una más de las pálidas estatuas
bañadas por la luna.

Estaba allí don Juan y maldecía
la estirpe y la memoria de su víctima,
la imagen del creador, del omnisciente
dramaturgo que se atrevía a usarle
como actor de su drama.

Allí estaba don Juan retando a duelo
al más allá, invitándole a su mesa,
para poder gritarle una vez más
—la última— que no se arrepentía.

3 comentarios:

Santiago Delgado dijo...

Sí, ése es Don Juan; no el arrepentido y redimido por monjil damisela... sino éste que tú cantas, Ángel: arrogancia metafísica (¿chulería?) más allá de la muerte.

Juan de Dios García dijo...

Mis alumnos de 3º de ESO me preguntan: "Profe, ¿y eso de DOn Juan Tenorio da miedo como lo de Halloween?

Isabel Martínez Barquero dijo...

Me parece un poema delicioso, donde el personaje se alza por encima del creador, más allá de él y su inventiva, como si siempre hubiera existido al margen de su fijación en palabras. Y es que este Don Juan es tan de todos y son tantos los que ayudaron a perfilar su genio y su figura, que -tal y como expresas en en esos dos primeros versos- no hay "sepulcro sin su sombra".